7 de septiembre de 2014

Primeras Experiencias



Divaldo P. Franco
En el inicio de los ejercicios mediúmnicos de Divaldo P. Franco, en la década de los años 40, contaba con la orientación, para él y para el grupo que dirigía, de un Espíritu que decía llamarse Manuel da Silva.

El día 5 de diciembre de 1945, Manuel da Silva, incorporado en Divaldo, avisó al pequeño grupo que se iniciaba en la Doctrina Espírita que iba a dejarlos temporalmente, pues iba a reencarnar próximamente. Mientras tanto, para sustituirlo, vendría un Espíritu Amigo, ligado afectivamente a alguien del grupo, que a partir de entonces pasaría a dirigir los trabajos, orientando, ayudando e inspirando para el buen desempeño de las obligaciones de cada una, teniendo en cuenta el bien general.

Divaldo, que se había acostumbrado a Manuel da Silva, sintió un poco de dificultad para contactar con el nuevo orientador de sus tareas, en parte porque no era visiblemente nítido en sus apariciones, ni tampoco se identificaba, dejando a penas que el médium viese una figura imprecisa junto a él. Escuchaba una voz distinta, que le orientaba y advertía cuando hacía o pensaba algo incorrecto. Siempre que lo incorporaba, al terminar, los compañeros hablaban enternecidos de la suave dulzura de su voz y de la sabiduría de sus enseñanzas.

Divaldo, sin embargo, se inquietaba mucho por no conocer su nombre, así como el de su guía espiritual. En 1947, ya familiarizado con la Entidad, le preguntó por su nombre. Ella respondió simplemente “Un Espíritu amigo”. Quedó decepcionado. En otra oportunidad, le inquirió por el nombre de su guía. El Espíritu le contestó:

- Hijo mío, ¿por qué quieres saber quién es tu guía?.


- Porque todo el mundo que yo conozco tiene guía. ¿Tendré también yo?.


- Sí que lo tienes. Tu guía es el mayor de todos. Es Jesús!.


- Ah!. Mas yo no quiero a Jesús. Él es el Guía de todo el mundo. Yo quería uno solo para mí.


- Divaldo, quédate con Jesús. Él es el Guía más seguro, porque todos los guías cambian, mas solo Jesús permanece.

En 1949, Divaldo comenzó a psicografiar. A partir de 1954, algunos mensajes empezaron a ser firmados por “Un Espíritu Amigo”, que le señalaba que los escritos eran ejercicios.

En 1956, el Espíritu seleccionó algunos mensajes y le dijo que los enviara a “El Reformador”, órgano de la Federación Espírita Brasileña. Fueron firmados por “Un Espíritu Amigo”. Posteriormente se enviaron otros mensajes a Rio de Janeiro, siempre con la misma firma.

Cierto día, aún en el año 1956, Divaldo se encontraba muy triste, y se recogió a orar. “Un Espíritu Amigo” se le apareció y le preguntó:


- ¿Cuál es la razón de tu sufrimiento?


El se desahogó contándole varios dolores que lo abatían.


- ¿Cuál es tu mayor pena?. – Le inquirió la Entidad.


- No saber el nombre de mi guía.


- Divaldo, yo no soy tu guía. Como siempre te dije, soy “un espíritu amigo” tuyo. Ahora, yo te pregunto, ¿qué es más importante, tener un espíritu amigo o tener el nombre importante de alguien que no es amigo?


- Tener un espíritu amigo. Pero yo quería unir las dos cosas. Ya que Ud. es un espíritu amigo mío, dígame su nombre!


- Tu quieres un nombre. En mi última reencarnación viví una experiencia en un cuerpo femenino.


- ¿Cuál era su nombre?


- Llámame Juana.

Divaldo no quedó muy satisfecho con la revelación. No esperaba que fuese un espíritu femenino, y el nombre de Juana era muy común. Quizás había soñado con un robusto genio de la lámpara de Aladino, que respondiese a un nombre pomposo, siempre disponible para satisfacer sus deseos.


Juana, encontrándolo decepcionado, le preguntó:

- ¿No te ha gustado mi nombre?.
Juana de Angelis


- Sí, me ha gustado, pero yo quería un nombre más sonoro…


- Llámame Juana de Angelis.


- ¿Es su nombre o un pseudónimo?.


- Tu querías un nombre y ahí lo tienes.

Desde entonces Divaldo la vio y la oyó diariamente, con la apariencia de una monja, psicografiando todos los días por la mañana un corto mensaje. Ella se le presentaba, por encima de todo, en la condición de madre, tierna y delicada.


En una oportunidad ella le dijo: “Coge todo lo que escribimos hasta aquí y échalo al fuego, pues ese material es solo un simple ejercicio. Si Jesús lo permite, volveremos a escribir”. Fue, pues, quemado un baúl repleto de mensajes, inclusive una historia infantil.


Juana de Angelis volvió a escribir, revelando profunda sabiduría. Había sido sabia en no declarar su identidad, preservando al médium y al grupo principiante de posibles perturbaciones y exaltaciones perjudiciales.







Extraído del libro: “La Admirable Juana de Angelis”

Divaldo P. Franco.




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