Divaldo P. Franco |
En el inicio de los
ejercicios mediúmnicos de Divaldo P. Franco, en la década de los años 40,
contaba con la orientación, para él y para el grupo que dirigía, de un Espíritu
que decía llamarse Manuel da Silva.
El día 5 de diciembre de
1945, Manuel da Silva, incorporado en Divaldo, avisó al pequeño grupo que se
iniciaba en la Doctrina Espírita que iba a dejarlos temporalmente, pues iba a
reencarnar próximamente. Mientras tanto, para sustituirlo, vendría un Espíritu
Amigo, ligado afectivamente a alguien del grupo, que a partir de entonces
pasaría a dirigir los trabajos, orientando, ayudando e inspirando para el buen
desempeño de las obligaciones de cada una, teniendo en cuenta el bien general.
Divaldo, que se había
acostumbrado a Manuel da Silva, sintió un poco de dificultad para contactar con
el nuevo orientador de sus tareas, en parte porque no era visiblemente nítido
en sus apariciones, ni tampoco se identificaba, dejando a penas que el médium
viese una figura imprecisa junto a él. Escuchaba una voz distinta, que le
orientaba y advertía cuando hacía o pensaba algo incorrecto. Siempre que lo
incorporaba, al terminar, los compañeros hablaban enternecidos de la suave
dulzura de su voz y de la sabiduría de sus enseñanzas.
Divaldo, sin embargo, se
inquietaba mucho por no conocer su nombre, así como el de su guía espiritual.
En 1947, ya familiarizado con la Entidad, le preguntó por su nombre. Ella
respondió simplemente “Un Espíritu amigo”. Quedó decepcionado. En otra
oportunidad, le inquirió por el nombre de su guía. El Espíritu le contestó:
- Hijo mío, ¿por qué quieres
saber quién es tu guía?.
- Porque todo el mundo que
yo conozco tiene guía. ¿Tendré también yo?.
- Sí que lo tienes. Tu guía
es el mayor de todos. Es Jesús!.
- Ah!. Mas yo no quiero a
Jesús. Él es el Guía de todo el mundo. Yo quería uno solo para mí.
- Divaldo, quédate con
Jesús. Él es el Guía más seguro, porque todos los guías cambian, mas solo Jesús
permanece.
En 1949, Divaldo comenzó a
psicografiar. A partir de 1954, algunos mensajes empezaron a ser firmados por
“Un Espíritu Amigo”, que le señalaba que los escritos eran ejercicios.
En 1956, el Espíritu seleccionó
algunos mensajes y le dijo que los enviara a “El Reformador”, órgano de la
Federación Espírita Brasileña. Fueron firmados por “Un Espíritu Amigo”.
Posteriormente se enviaron otros mensajes a Rio de Janeiro, siempre con la
misma firma.
Cierto día, aún en el año
1956, Divaldo se encontraba muy triste, y se recogió a orar. “Un Espíritu
Amigo” se le apareció y le preguntó:
- ¿Cuál es la razón de tu
sufrimiento?
El se desahogó contándole
varios dolores que lo abatían.
- ¿Cuál es tu mayor pena?. –
Le inquirió la Entidad.
- No saber el nombre de mi
guía.
- Divaldo, yo no soy tu
guía. Como siempre te dije, soy “un espíritu amigo” tuyo. Ahora, yo te pregunto,
¿qué es más importante, tener un espíritu amigo o tener el nombre importante de
alguien que no es amigo?
- Tener un espíritu amigo.
Pero yo quería unir las dos cosas. Ya que Ud. es un espíritu amigo mío, dígame
su nombre!
- Tu quieres un nombre. En
mi última reencarnación viví una experiencia en un cuerpo femenino.
- ¿Cuál era su nombre?
- Llámame Juana.
Divaldo no quedó muy
satisfecho con la revelación. No esperaba que fuese un espíritu femenino, y el
nombre de Juana era muy común. Quizás había soñado con un robusto genio de la
lámpara de Aladino, que respondiese a un nombre pomposo, siempre disponible
para satisfacer sus deseos.
Juana, encontrándolo
decepcionado, le preguntó:
- ¿No te ha gustado mi
nombre?.
Juana de Angelis |
- Sí, me ha gustado, pero yo
quería un nombre más sonoro…
- Llámame Juana de Angelis.
- ¿Es su nombre o un
pseudónimo?.
- Tu querías un nombre y ahí
lo tienes.
Desde entonces Divaldo la
vio y la oyó diariamente, con la apariencia de una monja, psicografiando todos
los días por la mañana un corto mensaje. Ella se le presentaba, por encima de
todo, en la condición de madre, tierna y delicada.
En una oportunidad ella le
dijo: “Coge todo lo que escribimos hasta aquí y échalo al fuego, pues ese
material es solo un simple ejercicio. Si Jesús lo permite, volveremos a escribir”.
Fue, pues, quemado un baúl repleto de mensajes, inclusive una historia
infantil.
Juana de Angelis volvió a
escribir, revelando profunda sabiduría. Había sido sabia en no declarar su
identidad, preservando al médium y al grupo principiante de posibles
perturbaciones y exaltaciones perjudiciales.
Extraído
del libro: “La Admirable Juana de Angelis”
Divaldo
P. Franco.
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