17 de septiembre de 2014

La Verdadera Religión (y II)


Muy pronto dejaré esta vida y me sentiré muy dichoso si mi paso por este mundo no ha sido estéril, pues mi objetivo ha sido el contribuir a llevar la esperanza y el consuelo a los que sufren y he pretendido iluminar las inteligencias deseosas de conocer la verdad. Debemos de tener siempre presente, que débil o fuerte, ignorante o instruido, el Espíritu vive en nosotros y gobierna nuestro cuerpo que sólo es un instrumento para manejar, según su voluntad. Este Espíritu es libre y responsable de todos sus actos, y voluntariamente puede transformarse y mejorarse, aspirando a su propia elevación espiritual.

Las ambiciones personales y las malas pasiones, chocan con la razón y el sentimiento del deber, y por este motivo, nuestra voluntad está frecuentemente en conflicto con nuestros instintos. También por decisión propia, podemos sustraernos de las influencias negativas de la materia, dominando esta parte material y convirtiéndola en un instrumento dócil. Todos somos conocedores de las circunstancias por las que han tenido que pasar aquéllos que para cumplir con su deber, han soportado la injusticia y la incomprensión, han vivido con la enfermedad y en la más triste soledad, ahogando y venciendo los lamentos de la materia, que siempre se resiste a someterse al dominio del Espíritu.

Nuestro estado psíquico es obra personal. Nuestro grado de comprensión y entendimiento, es una compensación a los esfuerzos que hemos hecho, pues somos lo que hemos querido ser, a lo largo de nuestras muchas vidas.

El cuerpo fluídico que nos envuelve, sea oscuro o radiante, reproduce nuestro valor exacto, es como un espejo donde se refleja la verdadera imagen del Espíritu. Es una imagen real que se plasma con toda claridad en nuestro periespíritu.

El mundo espiritual es el mundo de la verdad, nadie puede usurpar un lugar que no le corresponde, cada uno se encuentra en la situación y en el estado que él mismo se ha creado, es dichoso o desgraciado, dependiendo de la clase de vida que haya elaborado para sí mismo.

Ha llegado el momento de comprender que de nuestras ideas, de nuestras inclinaciones y obras, en un sentido o en otro, nos construimos una envoltura sutil de bella imagen, abierta a las más delicadas sensaciones, o bien, una morada sombría, una cárcel oscura, donde después de la muerte, el alma está sepultada como en una tumba. Así es como el hombre crea su propia dicha y su felicidad, o por el contrario, su desdicha y su desgracia.

Cuando regresa al mundo espiritual, toda su obra la lleva grabada en la imagen que él mismo ha creado. Y por un efecto de las mismas causas, el hombre atrae las influencias del mundo invisible, las vibraciones negativas, o los vulgares deseos de los espíritus con pasiones desordenadas. Esta es la realidad de las manifestaciones espíritas; no es otra cosa que la ley de atracción y de afinidad.

En los momentos de meditación, podemos relacionarnos con el mundo espiritual y según nuestro estado vibratorio, recibir las inspiraciones de espíritus superiores que nos transmiten paz, o sentir la influencia de los espíritus de escalas inferiores.

Para la mayor parte de los hombres, la creencia en la vida futura, no es más que una vaga hipótesis, una idea que todos los soplos de la crítica hacen vacilar. Los espiritistas, sabemos que los espíritus de las personas que han muerto, nos rodean y toman parte activa en nuestra vida; se nos presentan como verdaderos seres humanos, dotados de cuerpos sutiles, conservando la apariencia y sentimientos que tenían aquí en la Tierra. También sabemos que la muerte no produce ningún cambio esencial en el Espíritu, el cual continúa siendo lo que era antes de su muerte, llevándose más allá de la tumba los afectos, pasiones, debilidades o virtudes, contando en su haber las acciones cometidas. Todos los bienes materiales aquí se quedan, sólo las obras malas o buenas que hayamos hecho nos acompañan.

La intuición profunda nos pone en contacto con nuestros amigos espirituales, y hasta cierto punto nos permite recibir la inspiración de ellos, proporcionándonos los medios necesarios para establecer una comunicación entre los dos mundos, terreno y espiritual. Si conseguimos elevarnos, aunque lentamente, por encima de la influencia que la materia ejerce sobre nosotros, estas comunicaciones o inspiraciones, se hacen más frecuentes, más transparentes y reveladoras, y de este modo los espíritus encarnados y desencarnados, trabajan juntos para conseguir que la gran familia universal, obtenga su progreso moral y espiritual.

Para poder realizar estas prácticas, es necesario reunir ciertas condiciones y actitudes, como son: la humildad, la perseverancia, el desprendimiento, y algo muy importante como es la elevación moral, que nos faculta para mantener una comunicación con el mundo espiritual superior.

El Espiritismo, además de ser una ciencia, es también un ideal nuevo y renovador, que esclarece las mentes, combate el ateísmo con demostraciones lógicas, sin misterios; es finalmente el Consolador prometido, que viene a iluminar a la humanidad y a liberarla del yugo impuesto durante tantos siglos, por el fanatismo de las religiones tradicionales.

El alma es un mundo en el que aún se mezclan la luz y la sombra, y en su interior está el germen de todas las potencias, esperando el momento de su fecundación. El dolor físico junto al dolor moral, es un poderoso medicamento para el progreso. Las pruebas del dolor nos ayudan a conocernos mejor y vencer nuestros defectos y pasiones. Con el dolor nos purificamos y con él aprendemos a ser más pacientes y resignados, fortaleciendo nuestro Espíritu.

No pongamos en duda la justicia divina; el dolor nos arranca de nuestra indiferencia y modela nuestra alma, dándole una forma más pura, más perfecta y bella.



Elucidaciones Espíritas
José Aniorte


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