29 de julio de 2013

La felicidad en los espiritistas



Dice Allan Kardec:

 “Conoceréis al verdadero espírita por su transformación moral”

Estas palabras escritas por el Maestro, me impactaron mucho cuando las leí, se grabaron en mi mente y hasta hoy las tengo presentes.

A continuación hago una ligera referencia sobre mi persona, porque creo necesario que, al leer y estudiar un libro como el que tiene usted ahora en sus manos, es conveniente tener una reseña del autor del mismo: Conocí el Espiritismo en Brasil, en el año 1.951, y en este país lo estudié y lo practiqué. Estoy seguro de que esto se dio como preparación para realizar un compromiso de trabajo, veinte años más tarde al regresar a España; compromiso que ya había asumido en el plano espiritual, antes de mi reencarnación. Desde el momento en que llegó a mis manos el primer libro espírita, quedé entusiasmado con su lectura, fue como si un viajero sediento, encontrara en su camino, un manantial de agua fresca y cristalina. En los nueve años siguientes, leí un centenar de libros, divulgué la doctrina que a mí tanto bien me había hecho, participé en diversas obras de caridad, hasta que en el año 1.960, ciertas inquietudes se apoderaron de mí, sin encontrar razón alguna que las justificara. De forma inesperada sufrí una grave enfermedad, y fue entonces, cuando muy afligido me pregunté si verdaderamente se había producido en mí, la transformación interior que el maestro Allan Kardec promulga en sus libros. Con lágrimas en los ojos, tuve que reconocer que ese cambio no se había producido en mí, que aún con el estudio y el trabajo realizados, el hombre viejo ejercía su dominio sobre mí, dando excesiva importancia a la vida material, así como: a la conservación de mi patrimonio, el bienestar material de mi familia y significativamente el mantener una buena imagen ante una sociedad que era todo lo contrario de aquello que yo tanto deseaba ser. Convencido de esta triste realidad, me declaré en guerra contra ese hombre viejo y egoísta, que tanta influencia ejercía sobre mis actos y pensamientos.

Fue una guerra larga y difícil, pero finalmente conseguí vencer. Pasaron aproximadamente diez años, hasta que pude recibir al hombre nuevo y con él comenzar un cambio radical en mi vida; una vida nueva, renunciando a los bienes materiales para ayudar a los que viven oprimidos por fanatismos y liberar las mentes oscurecidas, para abrir nuevos caminos más luminosos, en fin, para que aquellos que tengan ojos de ver, vean, conozcan la verdad y la verdad los libere para siempre de la terrible oscuridad que sufren, impuesta por los dogmas medievales de las religiones. 

Todo espírita conoce los libros de la codificación espiritista y muchos otros libros relacionados con este tema, pero ¿la interpretación que se le da a esta enseñanza es la correcta? Esto es una de las cosas que voy a tratar en este libro.

Los espiritistas, con los conocimientos que poseemos, podríamos alcanzar en la Tierra un grado de felicidad, que aunque relativa, causaría envidia y celos en una gran parte de la humanidad. Pero esto no es así, porque hoy, vivimos fuera de la realidad; profesamos un credo, tenemos unas convicciones, nos alimenta un ideal y aún así, hacemos todo lo contrario en nuestra vida diaria. En las luchas de la vida no nos acordamos de nuestras creencias e ideales, y en pocas ocasiones aplicamos nuestra doctrina; preocupándonos en exceso por las necesidades materiales, que se mantienen en pie, firmes como antes de conocer el Espiritismo. Esta es la vida que predomina entre la mayoría de los espíritas, dando una falsa imagen del Espiritismo, algo por lo que deberíamos de sentir vergüenza.

Extraído del libro “Elucidaciones Espíritas”

- José Aniorte Alcaraz -

2 comentarios:

  1. Excelente testimonio el de este gran espírita español. Me siento identificada, salvando la abismal distancia. Estudias, aprendes, practicas...Y de pronto la vida te pone a prueba y ahí te das cuenta que tú has "entrado" en la Doctrina, pero que la Doctrina no "entró" en ti. El Padre es tan misericordioso que hasta en eso nos concede la oportunidad.

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  2. Siempre tendremos tiempo para que la Doctrina entre en nosotros.

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