9. Desde el
punto de vista moral, las consecuencias del panteísmo también carecen de
lógica. En primer lugar, al igual que en el sistema precedente, las almas son
absorbidas en un todo y pierden la individualidad. Si se admitiera, de acuerdo
con la opinión de algunos panteístas, que las almas conservan su
individualidad, Dios dejaría de tener una voluntad única, y sería un compuesto de
miríadas (cantidad muy grande, pero indefinida) de voluntades divergentes. Además, como
cada alma sería parte integrante de la Divinidad, ninguna estaría sujeta a un poder
superior y, por consiguiente, no tendría responsabilidad por sus actos, fueran
buenos o malos. Dado que serían soberanas, las almas no tendrían interés alguno
en la práctica del bien, y podrían hacer el mal impunemente.
10. Aparte de
que esos sistemas no satisfacen ni la razón ni las aspiraciones del hombre, de
ellos derivan, como puede observarse, dificultades insuperables, pues son
impotentes para resolver todas las cuestiones de hecho a que dan lugar. El hombre tiene, pues, tres
alternativas:
-
la
nada,
-
la
absorción,
-
y
la individualidad del alma antes y después de la muerte.
La lógica nos conduce de modo irresistible
a la última de estas creencias, que ha constituido la base de todas las
religiones desde que el mundo existe.
Así como la
lógica nos guía hacia la individualidad del alma, también nos indica esta otra
consecuencia: el destino de cada alma depende de sus cualidades personales,
pues sería irracional admitir que el alma atrasada del salvaje, así como la del
hombre perverso, estuvieran en el mismo nivel de la del científico y la del
hombre de bien. Según la justicia, las almas deben ser responsables de sus actos.
No obstante, para que sean responsables es preciso que sean libres de elegir
entre el bien y el mal. Sin el libre albedrío existe la fatalidad, y ante la
fatalidad no podría haber responsabilidad.
11. Todas las
religiones han admitido, asimismo, el principio de la felicidad o la desdicha
del alma después de la muerte, es decir, de las penas y los goces futuros, que
se resume en la doctrina del Cielo y el Infierno, doctrina que se encuentra en
todas partes. No obstante, en lo que difieren esencialmente es en cuanto a la naturaleza
de las penas y los goces y, sobre
todo, en lo relativo a las condiciones
determinantes de unas y otros. De ahí los puntos de fe contradictorios que
dieron origen a cultos diferentes, así como los deberes particulares impuestos
por estos para honrar a Dios y, por ese medio, ganar el Cielo y evitar el
Infierno.
12. En sus
orígenes, todas las religiones tuvieron que amoldarse al grado de adelanto
moral e intelectual de los hombres. Estos, aún demasiado apegados a la materia
para comprender el mérito de las cosas puramente espirituales, hicieron que la
mayor parte de los deberes religiosos consistieran en el cumplimiento de fórmulas
exteriores. Durante largo tiempo esas fórmulas satisficieron a su razón. Pero
más tarde, cuando la luz se hizo en sus almas, sintieron el vacío que esas
fórmulas dejaban, y como la religión no las llenaba, la abandonaron y se
convirtieron en filósofos.
13.
Si la religión, apropiada en un principio a los limitados conocimientos de los
hombres, hubiese acompañado siempre el movimiento progresivo del espíritu
humano, no habría incrédulos, porque la necesidad de creer está en la
naturaleza del hombre, y él crecerá a medida que reciba el alimento espiritual
en armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere
saber de dónde viene y hacia dónde va. Si se le muestra un objetivo que no se
corresponde con sus aspiraciones y con la idea que él se ha formado de Dios,
así como con los datos positivos que la ciencia le proporciona; y si además,
para alcanzar ese objetivo, se le imponen condiciones cuya utilidad su razón
impugna, rechazará todo. En ese caso, el materialismo y el panteísmo le parecen
aún más racionales, porque con ellos al menos se razona y se discute. Se trata
de un razonamiento falso, es verdad, pero el hombre prefiere razonar
erróneamente a no razonar en absoluto. Con todo, si se le presenta un porvenir
cuyas condiciones sean lógicas, digno en todo de la grandeza, la justicia y la
infinita bondad de Dios, el hombre abandonará el materialismo y el panteísmo,
cuyo vacío siente en su fuero interior, y a los que sólo aceptó a falta de una
doctrina mejor. El espiritismo le brinda algo mejor, y por eso es admitido sin
demora por todos los que están atormentados por la incertidumbre pungente de la
duda, y que no hallan lo que buscan en las creencias ni en las filosofías
tradicionales.
El espiritismo
tiene a su favor la lógica del razonamiento y la sanción de los hechos, y por
eso ha sido combatido en vano.
14. El hombre
cree instintivamente en el porvenir, pero como no contaba hasta ahora con una
base firme para definirlo, su imaginación concibió los sistemas que dieron
origen a la diversidad de creencias. La doctrina espírita acerca del porvenir no
es una obra de la imaginación concebida con relativo ingenio, sino el resultado
de la observación de hechos materiales que hoy se despliegan ante nuestra
vista, de modo que congregará, como ya sucede, las opiniones divergentes o
vacilantes y, por la fuerza de las cosas, poco a poco conducirá a la unidad de
creencias sobre ese punto. Será una creencia que ya no se basará en una
hipótesis, sino en una certeza.
La
unificación, lograda en torno al destino futuro de las almas, será el primer
punto de contacto entre los diferentes cultos. Será, en primer lugar, un paso
inmenso hacia la tolerancia religiosa y, más adelante, hacia la fusión completa.
El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo.
Allan Kardec.
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