227. Si el médium, desde el punto de vista de la ejecución, sólo es un
instrumento, ejerce con relación a la moral una gran influencia. Puesto que
para comunicarse el Espíritu extraño se identifica con el Espíritu del médium,
esta identificación no puede tener lugar sino cuando entre los dos hay simpatía
y, sí puede decirse así, afinidad. El alma ejerce sobre el Espíritu extraño una
especie de atracción o de repulsión, según el grado de su semejanza o
diferencia; así, pues, los buenos tienen afinidad por los buenos y los malos
por los malos; de donde se sigue que las cualidades morales del médium tienen
una influencia capital sobre la naturaleza de los Espíritus que se comunican
por su intermediario.
Si
es vicioso, los Espíritus inferiores vienen a agruparse a su alrededor y están
siempre prontos para tomar el puesto de los buenos que se han llamado. Las
cualidades que atraen con preferencia a los buenos Espíritus son:
- la bondad,
- la benevolencia,
- la sencillez de corazón,
- el amor al prójimo,
- el desprendimiento de las cosas materiales;
los
defectos que les alejan son:
- el orgullo,
- el egoísmo,
- la envidia,
- los celos,
- la ira,
- la ambición,
- la sensualidad
- y todas las pasiones por las cuales el hombre se une a la materia.
228. Todas las imperfecciones morales son otras tantas puertas abiertas
que dan entrada a los malos Espíritus, pero lo que ellos explotan con más
habilidad es el orgullo, porque es el que menos deja conocerse a sí mismo; el
orgullo ha perdido a muchos médiums dotados de las más bellas facultades, y
que, sin esto, hubieran podido ser sujetos notables y muy útiles; mientras que,
habiendo sido presa de Espíritus mentirosos, sus facultades se han pervertido
en primer lugar, después aniquilado, y más de uno se ha visto humillado por las
más amargas decepciones.
El
orgullo se traduce en los médiums por señales no equívocas sobre las cuales es
tanto más necesario el llamar la atención como que es una de las extravagancias
que deben inspirar desconfianza sobre la veracidad de sus comunicaciones. En
primer lugar es una confianza ciega en la superioridad de estas mismas comunicaciones
y en la infalibilidad del Espíritu que se los da; de aquí dimana cierto desdén
por todo lo que no viene de ellos por que se creen el privilegio de la verdad.
El prestigio de los grandes nombres con los cuales se adornan los espíritus
para justificar que les protegen, les ofusca, y como su amor propio sufriría confesando
que son engañados, rechazan toda clase de consejos; los evitan aun alejándose
de sus amigos y de cualquiera que pudiese abrirles los ojos; si son
condescendientes en escucharles, no hacen caso de sus avisos, porque dudar de
la superioridad de su Espíritu, es casi una profanación. Se ofuscan por la
menor contradicción, por una simple observación crítica, y, algunas veces
llegan hasta aborrecer a las personas que les han hecho favores. Merced a este aislamiento
provocado por los Espíritus que no quieren tener contradictores, éstos están
satisfechos con entretenerles en sus ilusiones; de este modo les hacen aceptar
a su gusto los más grandes absurdos por cosas sublimes. Así, pues, confianza
absoluta en la superioridad de lo que obtienen, desprecio de lo que no viene de
ellos, importancia irreflexiva dada a los grandes nombres, no admitir consejos,
tomar a mal toda crítica, alejamiento de aquellos que puedan dar avisos
desinteresados, creencia en su habilidad a pesar de su falta de experiencia;
tales son los caracteres de los médiums orgullosos.
Es
menester convenir también que el orgullo está excitado en el médium por
aquellos que le rodean. Si tiene facultades un poco transcendentales, es
buscado y elogiado; se cree indispensable y muy pronto afecta el aire de
suficiencia y desdén cuando presta su concurso. Más de una vez, nos lamentamos,
por los elogios que dimos a ciertos médiums, con el objetivo de animarlos.
229. Al lado de eso pongamos a la vista el cuadro del médium verdaderamente
bueno, aquel en que se puede tener confianza.
Supongamos,
en primer lugar, una facilidad de ejecución bastante grande para permitir a los
Espíritus el comunicarse libremente y sin inconvenientes por ninguna dificultad
material. Obtenido esto lo que más interesa considerar es la naturaleza de los
Espíritus que habitualmente le asisten, y para esto no es al nombre al que se debe
atender, sino al lenguaje. Jamás se debe perder de vista que las simpatías que
se granjeará entre los Espíritus buenos, estarán en razón de lo que hará para
alejar a los malos. Persuadido de que su facultad es un don, que le ha sido
concedido para el bien, no abusa y no se hace de ello ningún mérito. Acepta las
comunicaciones buenas que se le hacen, como una gracia de la que es menester
que se esfuerce en hacerse digno por su bondad, por su benevolencia y su
modestia. El primero se enorgullece por sus relaciones con los Espíritus
superiores; éste se humilla, porque nunca se cree merecedor de este favor.
El
Libro de los Médiums
No hay comentarios:
Publicar un comentario