Amigos
míos: he oído decir a muchos de vosotros: ¿Cómo puedo hacer yo caridad? muchas
veces aún no tengo lo necesario.
La caridad,
amigos míos, se hace de muchos modos; podéis hacer la caridad en pensamientos,
en palabras, y en acciones. En pensamientos, rogando por los pobres desamparados
que murieron sin que pudieran ver la luz; una oración de corazón les alivia. En
palabras, dirigiendo a vuestros compañeros de todos los días algunos consejos buenos;
decir a los hombres irritados por la desesperación, por las privaciones y que blasfeman
del nombre del Todopoderoso:
"Yo
era como vosotros; yo sufría, era desgraciado; pero he creído en el
Espiritismo, y mirad que feliz soy ahora".
A los ancianos
que os dirán: "Es inútil, estoy al fin de mi carrera y moriré como he
vivido", decidles a estos:
"Dios
hace a todos igual justicia; acordaos de los trabajadores de la última
hora".
A los niños
que viciados ya por las compañías que les rodean: vagan por las calles muy
expuestos a caer en las malas tentaciones, decidles:
"Dios
nos ve, hijos míos",
y no temáis en repetirles a menudo esas dulces
palabras; ellas concluirán por germinar en su joven inteligencia, y en lugar de
pilluelos, habréis hecho hombres honrados. También esto es una caridad.
Muchos de
vosotros decís también: "¡Bah! somos tan numerosos en la tierra, que Dios
no puede vernos a todos". Escuchad bien esto, amigos míos: ¿Cuando estáis
en la cumbre de una montaña, acaso vuestra mirada no abraza los millares de
granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo; os deja
vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis esos granos de arena ir a la voluntad
del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su misericordia infinita, ha puesto
en el fondo de vuestro corazón un centinela y un vigilante que se llama "conciencia".
Escuchadla; os dará buenos consejos. Algunas veces la embotáis oponiéndola al
espíritu del mal; entonces se calla, pero creed que la pobre, abandonada, se
hará oír tan pronto como la habréis dejado percibir una sombra de
remordimiento.
Escuchadla, interrogadla, y muchas veces encontraréis consuelos
en los consejos que os dé.
Amigos
míos, a cada regimiento nuevo, el general entrega una bandera, y os doy esta
máxima de Cristo:
"Amaos
unos a otros".
Practicad
esta máxima, agrupaos alrededor de este estandarte y recibiréis de Él la
felicidad y el consuelo.
(Un
espíritu protector. Lyon. 1810.)
“El
Evangelio según el Espiritismo”
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