7. El periespíritu, o cuerpo fluídico de los
espíritus, es una de las formas más importantes que adopta el fluido cósmico.
Constituye la condensación de ese fluido en derredor de un centro de
inteligencia o alma. Ya vimos que el cuerpo carnal basa su principio en el mismo
fluido transformado y condensado en materia tangible. En el periespíritu, la
transformación molecular se opera de otra manera, ya que el fluido conserva su
imponderabilidad y sus cualidades etéreas. El periespíritu y el cuerpo carnal
se originan en el mismo elemento primitivo: uno y otro son materia, aunque en
estados diferentes.
8. Los espíritus conforman su periespíritu con
elementos del medio en que se encuentran, es decir, que esta envoltura se
integra con fluidos propios del ambiente; en consecuencia, los elementos
constitutivos del periespíritu varían de acuerdo con los mundos. Júpiter es
considerado un mundo muy avanzado en comparación con el nuestro. Allí la vida
corporal no es de la materialidad grosera que hay en la Tierra, por lo que los
cuerpos periespirituales deben ser de naturaleza infinitamente más
quintaesenciada que en nuestro planeta. Ahora bien, al igual que no podríamos
vivir en ese mundo con nuestro cuerpo carnal, nuestros espíritus no podrán
penetrar en él con su periespíritu terrestre. Al abandonar la Tierra, el
espíritu reviste su envoltura fluídica con los fluidos apropiados al mundo al
que debe trasladarse.
9. La naturaleza de la envoltura fluídica se
relaciona siempre con el grado de progreso moral del espíritu. Los espíritus
inferiores no pueden cambiarla a voluntad y, en consecuencia, no les es posible
por iniciativa propia trasladarse de un mundo a otro. Los hay cuyos cuerpos
fluídicos, aunque etéreos e imponderables en relación con la materia tangible,
son aún demasiado groseros, si así podemos calificarlos, en relación con el
mundo espiritual, como para permitirles salir de su medio. Debemos incluir en esta
categoría a esos espíritus que, en razón de ser sus periespíritus muy
condensados confunden a éstos con sus cuerpos carnales pretéritos y, por ello,
creen estar vivos aún. Estos espíritus, cuyo número es cuantioso, permanecen en
la superficie de la Tierra al igual que los encarnados, creyendo ocuparse de
sus asuntos. Otros, más desmaterializados, no lo son lo bastante, sin embargo,
como para elevarse por encima de las regiones terrestres.*
Los espíritus superiores, por el contrario,
pueden acercarse a los mundos inferiores e incluso encarnar en ellos. Extraen
del mundo en que entran los elementos necesarios para recubrir la envoltura
fluídica o carnal adecuada al nuevo milenio. Actúan como el noble que abandona
sus hermosos ropajes para vestir momentáneamente el sayal, sin dejar por ello
de ser un gran señor.
Así es como los espíritus del orden más elevado
pueden manifestarse a los habitantes de la Tierra o encarnar entre ellos en
misión. Estos espíritus no traen consigo la vestidura, pero sí el recuerdo
intuitivo de las regiones de donde vienen, percibiéndolas con el pensamiento.
Son los iluminados en el país de los ciegos.
10. La capa de fluidos espirituales que rodea a
la Tierra puede comparase con las capas inferiores de la atmósfera: más
pesadas, más compactas, menos puras que las capas superiores. Estos fluidos no
son homogéneos, constituyen una mixtura de moléculas de calidad diversa, entre
la que encontramos a las moléculas que forman la base, pero con determinadas
alteraciones. Los efectos que producen estos fluidos guardan relación con la suma de partículas puras que
contengan. Tal es, en comparación, el alcohol rectificado o mezclado en
proporciones diversas con el agua u otras sustancias: su peso específico
aumenta en razón de la mezcla, al mismo tiempo que su fuerza e inflamabilidad
disminuyen, aunque en el todo haya alcohol puro.
El espíritu destinado a vivir en ese medio
obtiene de él los elementos para recubrir su periespíritu, pero, en razón del
mayor o menor grado de pureza del espíritu, su periespíritu se revestirá con
las partículas más puras o más groseras del fluido propio del mundo en el que
deba encarnar.
De ello resulta un hecho
capital: la constitución íntima del periespíritu no es igual en todos los
espíritus encarnados o desencarnados que pueblan la Tierra o el espacio
circundante.
Por el contrario, el cuerpo carnal se forma siempre con los mismos elementos,
sin influir nada en ello la superioridad o inferioridad del espíritu. También,
en todo, son iguales los efectos producidos por el cuerpo y sus necesidades,
mientras que difieren en todo lo que sea inherente al periespíritu.
Otro resultado es que la naturaleza
periespiritual de un mismo espíritu se va modificando en cada encarnación a
medida que progresa moralmente, aunque encarne en el mismo medio, y que los
espíritus superiores encarnados excepcionalmente en misión en un mundo inferior
poseen un periespíritu menos grosero que el de los nativos de ese mundo.
11. El medio siempre guarda relación con la naturaleza de los seres que en
él viven: los peces lo hacen en el agua, los seres terrestres en la atmósfera,
los seres espirituales en el fluido espiritual o etéreo, mismo sobre la Tierra.
El fluido
etéreo es para las necesidades del espíritu lo que la atmósfera para las
necesidades del encarnado. Ahora bien, al igual que los peces no pueden vivir en el aire,
ni los animales terrestres en una atmósfera demasiado rarificada para sus
pulmones, los espíritus inferiores no soportan el esplendor ni la impresión de
los fluidos más etéreos. No morirían al contactarse con los mismos, porque los
espíritus no mueren, pero una fuerza instintiva los mantiene alejados, como
nosotros nos apartamos de un fuego demasiado vivo o de una luz que ciega. He
aquí por qué no pueden salir del lugar apropiado a su naturaleza. Para cambiar
de medio tendrán que modificarla a fin de estar conforme a él: deberán
despojarse de los instintos materiales que los mantienen sujetos a los mundos
físicos. En resumen: si se depuran y transforman moralmente se irán identificando
en forma gradual con medios más depurados, y esta transformación moral
terminará por convertirse en una necesidad, así como los ojos de quien ha
vivido largo tiempo en las tinieblas se habitúan paulatinamente a la luz del
día y al brillo del Sol.
12. Todo se une y eslabona en el Universo. Todo
está sujeto a la importante y armoniosa ley de unidad, desde la materialidad
más pura. La Tierra es como un lodazal del que escapa un humo espeso que se va
aclarando a medida que se eleva y cuyas partículas dispersas se pierden en el
espacio infinito.
El poder divino se manifiesta en todos los
cuadros de tan grandioso conjunto. ¡Y se quisiera que Dios, para probar mejor
su poder, viniese a enturbiar tamaña armonía rebajándose al papel de un mago,
brindando efectos pueriles dignos de un prestidigitador! ¡Y por añadidura, se
le crea un rival en habilidades: Satanás! No se podría disminuir más a la
majestad divina, y, sin embargo, ¡aún se sorprenden del avance de la
incredulidad!
Tenéis razón en decir: “¡La fe se va perdiendo!”
Mas, la fe que se extingue es aquella que molesta al buen sentido y a la
lógica, esa fe que otra época llevó a decir: “¡Los dioses se alejan!” Pero la
fe en las cosas serias, en Dios y en la inmortalidad del alma permanece viva en
el corazón del hombre, y si fue sofocada a raíz de las historias pueriles con
que se la abrumó, resurge fortalecida desde el instante en que se libera, como
una planta enferma se anima cuando vuelve a encontrarse el Sol.
Sí,
todo es milagroso en la Naturaleza, porque todo es admirable y testimonia la
sabiduría divina. Tales milagros son para todos, para quienes tienen ojos para
ver y oídos para oír y no en beneficio de unos pocos. ¡No!, no hay milagros,
según el sentido que se da a esta palabra, porque todo surge de las leyes
eternas de la Creación y porque tales leyes son perfectas.
"La Génesis"
Allan Kardec.
No hay comentarios:
Publicar un comentario