14 de agosto de 2014

Una Carta Hermosísima de Amalia



Señor Director de El Buen Sentido:

Querido hermano en creencias; uno de los sentimientos que deben engrandecer al Espíritu, es la gratitud, y profundísima gratitud guarda mi alma para el hombre generoso que inició una suscripción a mi favor, y para todos aquellos que han respondido a su humanitario llamamiento.

Por razón natural, los que han llorado mucho son los que saben agradecer, porque es necesario vivir en la sombra para apreciar lo que vale la luz; es preciso haber visto la muerte de cerca, para conocer el inmenso valor de la vida.

El objetivo de esta carta es, como debe usted comprender, para dar mi voto de gracias a todos los espiritistas que han secundado los nobles deseos de usted, y además quiero hacer una aclaración: la suscripción iniciada a mi favor, ha producido como era lógico, encontrados pareceres; unos se han adherido al pensamiento de usted; otros lo han rechazado, y por si alguno ha podido creer que yo escribía defendiendo el Espiritismo porque buscaba en él la base de mi porvenir, justo es que yo deje la verdad en su lugar.

Desde la edad de diez años comencé a escribir, y siempre he colaborado en algunos periódicos literarios o políticos, sin dejar por esto de trabajar para vivir, dedicándome a coser; pero mis ojos delicados y faltos de vista, por tener una gran debilidad en la retina, mortificados por el excesivo trabajo me han dejado años enteros en la más angustiosa impotencia, y en el año 1877 comprendí con espanto que no podía ganarme mi sustento. Mis ojos fatigados se negaron por completo a secundar mis deseos, que nunca han sido otros que vivir de mi trabajo.

El año 1873, comencé a escribir en La Revelación, de Alicante, y como yo en el espiritismo encontré la vida; porque hallé la resignación y el convencimiento de que lo que no se gana no se obtiene, deseando difundir el consuelo, anhelando llevar un reflejo de luz al hogar de los pobres, el tiempo que había de emplear en murmurar del prójimo, lo aprovechaba en escribir, y todas las revistas espiritistas de España acogieron mis escritos con fraternal benevolencia. En coser y en escribir ocupaba mi vida, hasta que, como he dicho antes; en el año 1877 me encontré en Barcelona, imposibilitada para atender a las primeras necesidades de la existencia, puesto que mis ojos se negaban a ayudarme; pero como cuando la expiación se acaba, el hombre encuentra seres amigos, la Providencia puso a mi paso una familia espiritista, cuyo jefe, con tono profético, me dijo:

- No puedes coser, porque perderías la poca vista que te queda; pero puedes escribir; las costureras sobran y escritoras faltan, sobre todo en el Espiritismo. Trabaja en difundir la luz, y la luz no faltará a tus ojos. En mi casa encontrarás la tranquilidad que necesitas; no pienses en ti, piensa en el bien que puedes hacer a los demás.

Acepté su ofrecimiento con profunda gratitud y con profunda pena al mismo tiempo, porque a los hijos del trabajo les gusta ganar el pan con el sudor de su frente.

Cumplióse la profecía del espiritista que me brindó hospitalidad, verificándose en mí un extraño fenómeno. Mis ojos se han negado a fijarse en las labores; se fatigan mucho si les obligo a fijarse en los libros; y si me pongo a escribir a las siete de la mañana y dejo la pluma a las siete de la tarde, no experimento más que un leve dolor encima de las cejas, y como yo creo que el hombre debe trabajar mientras aliente, por eso, trabajo, y no pudiendo hacer otra cosa que escribir, escribo, y creo que obrando así, cumplo con mi obligación.

Jamás he pensado en lo que será de mí mañana, plenamente convencida de que no sufriré más de lo que he sufrido y de lo que deba sufrir. Mi conciencia está tranquila, porque he trabajado cuanto he podido trabajar, y hoy trabajo cuanto me es posible en mis humanas fuerzas.

En el año 1878 escribí ciento tres artículos; en 1879, ciento veintisiete; en 1880, ciento veinticinco; y llevo escritos en el año actual sesenta artículos. Si más pudiera hacer, más haría; pero mi salud está muy quebrantada, y la noche no la puedo emplear en trabajo alguno.

Creo que he cumplido con mi deber dando esta satisfacción a los que hoy tanto se han interesado en mi favor.

Conste siempre que no he buscado en el Espiritismo mi casa de la Tierra, sino el progreso de mi Espíritu, la resignación, la esperanza, el consuelo supremo de las verdades eternas.

Pobre, y medio ciega, sin poder ganarme el sustento, porque la falta de la vista entorpece todos nuestros movimientos, tuve que aceptar, a pesar mío, la generosa oferta de la familia espiritista que me acogió en su casa, y hoy admito con profundo reconocimiento la pensión que me señalan mis correligionarios, porque nada poseo, porque nada tengo. Soy pobre de solemnidad, y el que como yo se sienta a la mesa de otro, no tiene derecho a rechazar lo que le ofrece la Providencia.

Lo repito: mi gratitud será eterna para el que inició la suscripción y para todos aquellos que se adhirieron a su pensamiento, y aunque con el transcurso del tiempo se llegase a entibiar y aún a extinguir el interés que hoy inspiro a mis hermanos en creencias espiritistas, jamás olvidaré que un día se acordaron de mí; y en una humanidad tan indiferente, una prueba de simpatía y de compasión cariñosa, es una flor cuyo perfume embalsamará las horas de toda mi vida.


AMALIA DOMINGO SOLER
Gracia, 28 de Junio, 1881





Texto extraído de “La Luz de la Verdad”
Amalia Domingo Soler.






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