29 de agosto de 2014

El Porvenir y la Nada (y III)





9. Desde el punto de vista moral, las consecuencias del panteísmo también carecen de lógica. En primer lugar, al igual que en el sistema precedente, las almas son absorbidas en un todo y pierden la individualidad. Si se admitiera, de acuerdo con la opinión de algunos panteístas, que las almas conservan su individualidad, Dios dejaría de tener una voluntad única, y sería un compuesto de miríadas (cantidad muy grande, pero indefinida) de voluntades divergentes. Además, como cada alma sería parte integrante de la Divinidad, ninguna estaría sujeta a un poder superior y, por consiguiente, no tendría responsabilidad por sus actos, fueran buenos o malos. Dado que serían soberanas, las almas no tendrían interés alguno en la práctica del bien, y podrían hacer el mal impunemente.

10. Aparte de que esos sistemas no satisfacen ni la razón ni las aspiraciones del hombre, de ellos derivan, como puede observarse, dificultades insuperables, pues son impotentes para resolver todas las cuestiones de hecho a que dan lugar. El hombre tiene, pues, tres alternativas: 


-        la nada,


-        la absorción,


-        y la individualidad del alma antes y después de la muerte.


La lógica nos conduce de modo irresistible a la última de estas creencias, que ha constituido la base de todas las religiones desde que el mundo existe.


Así como la lógica nos guía hacia la individualidad del alma, también nos indica esta otra consecuencia: el destino de cada alma depende de sus cualidades personales, pues sería irracional admitir que el alma atrasada del salvaje, así como la del hombre perverso, estuvieran en el mismo nivel de la del científico y la del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben ser responsables de sus actos. No obstante, para que sean responsables es preciso que sean libres de elegir entre el bien y el mal. Sin el libre albedrío existe la fatalidad, y ante la fatalidad no podría haber responsabilidad.


11. Todas las religiones han admitido, asimismo, el principio de la felicidad o la desdicha del alma después de la muerte, es decir, de las penas y los goces futuros, que se resume en la doctrina del Cielo y el Infierno, doctrina que se encuentra en todas partes. No obstante, en lo que difieren esencialmente es en cuanto a la naturaleza de las penas y los goces y, sobre todo, en lo relativo a las condiciones determinantes de unas y otros. De ahí los puntos de fe contradictorios que dieron origen a cultos diferentes, así como los deberes particulares impuestos por estos para honrar a Dios y, por ese medio, ganar el Cielo y evitar el Infierno.

12. En sus orígenes, todas las religiones tuvieron que amoldarse al grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Estos, aún demasiado apegados a la materia para comprender el mérito de las cosas puramente espirituales, hicieron que la mayor parte de los deberes religiosos consistieran en el cumplimiento de fórmulas exteriores. Durante largo tiempo esas fórmulas satisficieron a su razón. Pero más tarde, cuando la luz se hizo en sus almas, sintieron el vacío que esas fórmulas dejaban, y como la religión no las llenaba, la abandonaron y se convirtieron en filósofos.

13. Si la religión, apropiada en un principio a los limitados conocimientos de los hombres, hubiese acompañado siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos, porque la necesidad de creer está en la naturaleza del hombre, y él crecerá a medida que reciba el alimento espiritual en armonía con sus necesidades intelectuales.

El hombre quiere saber de dónde viene y hacia dónde va. Si se le muestra un objetivo que no se corresponde con sus aspiraciones y con la idea que él se ha formado de Dios, así como con los datos positivos que la ciencia le proporciona; y si además, para alcanzar ese objetivo, se le imponen condiciones cuya utilidad su razón impugna, rechazará todo. En ese caso, el materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque con ellos al menos se razona y se discute. Se trata de un razonamiento falso, es verdad, pero el hombre prefiere razonar erróneamente a no razonar en absoluto. Con todo, si se le presenta un porvenir cuyas condiciones sean lógicas, digno en todo de la grandeza, la justicia y la infinita bondad de Dios, el hombre abandonará el materialismo y el panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interior, y a los que sólo aceptó a falta de una doctrina mejor. El espiritismo le brinda algo mejor, y por eso es admitido sin demora por todos los que están atormentados por la incertidumbre pungente de la duda, y que no hallan lo que buscan en las creencias ni en las filosofías tradicionales.

El espiritismo tiene a su favor la lógica del razonamiento y la sanción de los hechos, y por eso ha sido combatido en vano.

14. El hombre cree instintivamente en el porvenir, pero como no contaba hasta ahora con una base firme para definirlo, su imaginación concibió los sistemas que dieron origen a la diversidad de creencias. La doctrina espírita acerca del porvenir no es una obra de la imaginación concebida con relativo ingenio, sino el resultado de la observación de hechos materiales que hoy se despliegan ante nuestra vista, de modo que congregará, como ya sucede, las opiniones divergentes o vacilantes y, por la fuerza de las cosas, poco a poco conducirá a la unidad de creencias sobre ese punto. Será una creencia que ya no se basará en una hipótesis, sino en una certeza.

La unificación, lograda en torno al destino futuro de las almas, será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos. Será, en primer lugar, un paso inmenso hacia la tolerancia religiosa y, más adelante, hacia la fusión completa.





El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo.

Allan Kardec.





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