26 de agosto de 2014

El Porvenir y la Nada (II)




4. En tal situación, el Espiritismo viene a oponer un dique a la invasión de la incredulidad, no sólo con el raciocinio, no sólo con la perspectiva de los peligros que trae consigo, sino más bien con hechos materiales, haciendo palpables al tacto y a la vista el alma y la vida futura.

Cada uno es libre, sin duda alguna, en su creencia, de creer algo o de no creer nada. Pero aquellos que quieren hacer prevalecer en la mente de las masas, de la juventud sobre todo, la negación del porvenir apoyándose en la autoridad de su saber y del ascendiente de su posición, siembran en la sociedad gérmenes de turbación y de disolución, y contraen una grave responsabilidad.

5. Hay otra doctrina que asegura no ser materialista, porque admite la existencia de un principio inteligente fuera de la materia: es la de la absorción en el todo universal. Según esta doctrina, cada individuo se apropia desde su nacimiento una partícula de este principio, que constituye su alma, y le da la vida, la inteligencia y el sentimiento. A la muerte, ese alma vuelve al centro común y se pierde en el infinito, como una gota de agua en el océano.


Esta doctrina, sin duda alguna, es preferible al materialismo puro, puesto que admite algo, y el otro no admite nada. Pero las consecuencias son exactamente las mismas. Que el hombre sea sumido en la nada o en un depósito común, es igual para él. Si en el primer caso está destruido, en el segundo pierde su individualidad, esto es, como si no existiera. Las relaciones sociales quedan destruidas, lo esencial para él es la conservación de su yo. Sin esto, ¿qué importa ser o no ser? El porvenir para él es siempre nulo, y la vida presente es lo único que le preocupa e interesa. Desde el punto de vista de sus consecuencias morales, esta doctrina es tan malsana, tan desconsoladora, tan excitante del egoísmo como el materialismo puro.


6. Se puede, además, formular la objeción siguiente contra esa doctrina: todas las gotas de agua procedentes del océano se asemejan y tienen propiedades idénticas, como las partes de un mismo todo.

¿Por qué las almas, si proceden de ese gran océano de la inteligencia universal, se asemejan tan poco?

¿Por qué el genio al lado de la estupidez?

¿Las virtudes más sublimes al lado de los vicios más vergonzosos?

¿La bondad, la dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, de la crueldad y la barbarie?

¿Cómo difieren tanto unas de otras partes de un todo homogéneo?

Se dirá. Acaso, que es la educación la que las modifica. Pero entonces, ¿de dónde proceden las cualidades innatas, las inteligencias precoces, los instintos buenos y malos, independientes de toda educación y muy a menudo poco en armonía con los ámbitos en que se desarrollan?


La educación, sin duda alguna, modifica las cualidades intelectuales y morales del alma. Pero aquí surge otra dificultad. ¿Quién da al alma la educación para hacerla progresar? Otras almas que, siendo de un mismo origen, no deben estar más adelantadas. Por otra parte, el alma, volviendo al Todo Universal de donde salió, después de haber progresado durante la vida, lleva allí un elemento más perfecto, de lo que se deduce que ese todo, con el tiempo, debe encontrarse profundamente modificado y mejorado. ¿Cuál es la causa de que incesantemente salgan almas ignorantes y perversas?


7. En esa doctrina, el manantial universal de inteligencia que provea las almas humanas es independiente de Dios. No es precisamente el panteísmo. El panteísmo, propiamente dicho, difiere porque considera el principio universal de vida y el de inteligencia como constituyendo la Divinidad. Dios es a la vez espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la Naturaleza componen la Divinidad, de la que son moléculas y elementos constitutivos. Dios es el conjunto de todas las inteligencias reunidas. Cada individuo, siendo una parte del todo, es Dios mismo, ningún ser superior e independiente manda al conjunto. El Universo es una inmensa república sin jefe o, más bien, en ella cada uno es jefe con un poder absoluto.

8. A este sistema se pueden oponer numerosas objeciones, de las cuales las principales son:

  • No pudiéndose comprender la Divinidad sin perfecciones infinitas, uno se pregunta:
¿Cómo un todo perfecto puede componerse de partes tan imperfectas y que tienen necesidad de progresar?  
  • Estando cada parte sometida a la ley del progreso, resulta que el mismo Dios debe progresar. 
  • Si progresa sin cesar, debió ser en el principio muy imperfecto.
¿Cómo un ser imperfecto, compuesto de voluntades e ideas tan divergentes, pudo concebir leyes tan armoniosas de tan admirable unidad, sabiduría y previsión como las que rigen el Universo?
  • Si todas las almas son porciones de la Divinidad, todas han contribuido a formar las leyes de la Naturaleza.
¿A qué se debe que estén murmurando sin cesar contra esas leyes que ellas hicieron?

Una teoría no puede ser aceptada como verdadera más que con la condición de satisfacer la razón y dar cuenta de todos los hechos que abraza. Si solamente un hecho viene a desmentirla, es porque no está en lo verdadero en absoluto.






El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo.

Allan Kardec.





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